Por: Cayetano Coll y Toste
El general inglés Abercromby(1) en 1797 dirigióse contra la isla de
Trinidad(2), comandando una formidable escuadra de sesenta velas y
habiéndose apoderado fácilmente de aquella tierra, hizo rumbo a la de
Puerto Rico y desembarcó sus aguerridas tropas en las playas de
Cangrejos en son de conquista.
Gobernaba este país el general don Ramón de Castro y prontamente puso la
ciudad en estado de defensa. Se tocó la generala. Se distribuyó la
guarnición. Se cortó el puente de San Antonio. Se organizaron
ganguiles(3), pontones y baterías flotantes en lanchas cañoneras y se
levantaron patrullas en cuerpos volantes para recorrer y defender los
campos circunvecinos de las incursiones y depredaciones del enemigo. Se
publicó un bando para que las mujeres, los niños y los viejos
abandonaran la ciudad, quedando solo los hombres útiles para tomar las
armas.
No fue posible evitar el desembarco de las tropas inglesas, porque los
navíos anclados en la ensenada de Cangrejos, barriendo la playa con
metralla, protegían las chalupas y botes que desembarcaban las tropas
enemigas cerca de la playa llamada la Torrecilla.
El general Abercromby situó su cuartel general en la Casa del Obispo
cerca de la iglesia de San Mateo y empezó a avanzar hacia poniente. Al
llegar al Puente de San Antonio le detuvo la cortina de fuego de este
fortin, que fué destruido en 1896, y la metralla del Castillo de San
Gerónimo. Entonces levantó trincheras en Miramar (en aquella época se
llamaba el Rodeo y posteriormente El Olimpo) y en el Condado. No le fué
posible pasar adelante, aunque tomó los polvorines de Miraflores. Si
recio y sostenido era el fuego de cañón y mortero del inglés, porfiada
era la defensa de la plaza. El sitio empezó el 17 de abril y el 29 del
mismo mes continuaba en iguales condiciones, peleando sitiados y
sitiadores con empeño y denuedo.
II
El
obispo Trespalacios (4), que regía esta diócesis ayudó a Castro
hidalgamente con personal eclesiástico para todos los puestos de la
guarnición, hasta los de peligro, y además dinero. La Cruz y la Espada
marchaban de común acuerdo en la defensa de San Juan.
El 30 de abril se presentó a su lIustrisima el Provisor y le dijo:
-Señor Obispo, ¿por qué no hacemos una rogativa para implorar el auxilio del cielo?
-Tiene usted mucha razón. Hagamos una rogativa dedicada a Santa
Catalina, santa del día y patrona del primer castillo que se hizo en
esta ciudad, que hoy es casa de los Gobernadores, y también la
dedicaremos a Santa Ursula y a las once mil vírgenes, de quienes soy
devoto especial.
-y ¿cómo se dispondrá la procesión?
-Pues toda la ciudad tomará parte en eIla. El que no tenga vela de cera
la llevará de esperma o sebo y los muy pobres llevarán antorchas de
tabonuco. Yo la presidiré con el Cabildo eclesiástico y las autoridades.
Saldremos de la Catedral y recorreremos todas las calles de la capital y
al romper el alba regresaremos al templo para celebrar una misa cantada
a toda orquesta.
Tal como lo dispuso el señor obispo tuvo efecto la grandiosa rogativa,
con el aditamento de haber echado a vuelo todas las campanas de las
iglesias.
III
A
las nueve de la noche los espías ingleses que atalayaban, avisaron al
cuartel de Abercromby, que se notaba gran movimiento dentro de la
ciudad, que se oían grandes repiques de campanas y se vislumbraban
grandes luminarias hacia el oeste.
-Estarán recibiendo refuerzos de los campos, dijo el general inglés; y
añadió: Mis fragatas, que vigilan la entrada del puerto no pueden
acercarse por el fuego que les hacen los baterias del castillo de la
entrada.
Y dio órdenes para que las trincheras de El Rodeo y del Condado avivaran
lo más intensamente posible el fuego contra la ciudad. Y que hubiera
acción de mosquetería sostenida contra las lanchas cañoneras.
A las doce de ta noche volvieron los vigías a notificar al general
Abercromby que las luces iban creciendo dentro de la ciudad y que ahora
se dirigían al este. Abercromby reunió su estado mayor y le dijo:
-Llevamos cerca de un mes en la fajina de este sitio y no hemos
adelantado una pulgada. Tenemos lo que tomamos el primer día y nada más.
La plaza está muy bien defendida. Por otra parte la disentería empieza a
hacer estragos en nuestra tropa. El agua de que disponemos es muy mala.
Hay que tener en cuenta, que los vecinos de los campos, fuertes y
aguerridos, van viniendo a socorrer la Capital y no podemos evitarlo.
Esta noche se prepara, indudablemente, una gran salida de los sitiados,
al primer cuarto de la madrugada para atacar nuestro campamento. Creo,
pues, llegado el momento de reembarcar la tropa.
Todos los oficiales de su estado mayor fueron de igual parecer. Se dió
la orden de embarque. Se tocó la generala. Y a la mañana siguiente,
primero de mayo, estaba completamente levantado el sitio.
IV
En la iglesia Catedral, después de la misa cantada, se entonó el Tedéum laudamus y luego predicó su Ilustrísima.
Un hermano de mi abuela, teniente de Milicias, que entró en la plaza el
22 de abril con una compañía de Milicianos de Arecibo, refería el
espléndido triunfo de Santa Ursula y las once mil vírgenes. Mi abuela,
que murió de noventa y siete años. y recibió de labios de su hermano la
histórica narración, me contaba que las once mil vírgenes, gracias al
obispo Trespalacios, que las había implorado a tiempo, salvaron la
ciudad del saqueo de los ingleses. Que aquella memorable noche fué
cuando más tronó el canon enemigo, y que las balas se volvían de mitad
de camino contra los sitiadores y no caían en la ciudad. Y que cuando la
gran rogativa entraba en Catedral terminó de repente el cañoneo y
desaparecieron los enemigos.
También así lo estuve yo creyendo mucho tiempo; pero después he sabido
que Santa Ursula y las once mil vírgenes eran bretonas y he pensado, que
de haber venido en aquella ocasión hubiera sido en ayuda de sus
paisanos, a pesar de lo que juraba y perjuraba el hermano de mi abuela.
De modo que, respetando la buena fe de nuestros mayores y su bella
tradición, me inclino a creer que quienes obligaron a los ingleses a
levantar el asedio fueron el gobernador don Ramón de Castro con su
activa dirección y enérgico carácter y los férreos puños de los Mascaró,
Vizcarrondo. Andino, del Toro, Linares, Lara, Diaz y demás valientes
que supieron defender el terruño de la invasión extranjera.
Leyenda Publicada en: http://santaursulavirgen.blogspot.com/2012/09/leyendas-puertorriquenas-las-once-mil.html